28 noviembre 2008

Un sueño hecho empresa (Artículo publicado en El Cronista Comercial)

A continuación, comparto con ustedes un artículo publicado recientemente en el diario porteño El Cronista Comercial. El texto es obra de la colega María Gabriela Ensinck.



En el verano de 1967, los hermanos Anselmo, Feliciano y Aurelio Maipach viajaron desde Pergamino a Sierra de la Ventana a visitar a una prima. Los cautivó la panorámica de las sierras y el campo despoblado, y decidieron que ese sería su lugar en el mundo. Soñaron con construir su propio restaurante en un terreno con vista a la Sierra. Pero el lugar estaba ocupado por la Fundación Funke, de origen alemán, que había instalado allí un establecimiento agrícola, la estancia El Mirador.

Empecinados, descendientes de alemanes también ellos, fueron a ver al dueño. “Funke no les va a vender”, les advirtieron en el poblado. Pero los Maipach insistieron, hablaron con los hijos de Rudolf Funke, reconocido empresario agrícola y filántropo. Vendieron la casa paterna de Pergamino y tomaron un crédito. Llevaron su oferta, u$s 90.000 de entonces por siete hectáreas de campo. Finalmente hicieron el trato, aunque se quedaron sin recursos para el restaurante.

Pero los Maipach eran perseverantes (los alemanes locos, les decían en el pueblo) y habían trabajado en la construcción: dos eran pintores y el otro maestro mayor de obras. Edificaron un quincho con techo de paja. Una parrilla en medio de la nada, a 20 kilómetros de Sierra de la Ventana, que por entonces era un pueblo chico, lejos del boom turístico que es hoy. El lugar cobró fama por las recomendaciones de viajantes y camioneros, y de a poco llegaron más comensales.

Uno de los visitantes, un empresario de Bahía Blanca, les facilitó en préstamo materiales de construcción. Así los tres hermanos empezaron a edificar su restaurante y formaron familia en el lugar. “Vivimos cerca de un año en un colectivo abandonado sin ruedas, hasta que se levantaron las primeras paredes y techos de material”, recuerda Jorge Maipach, actual administrador del complejo turístico El Mirador, e hijo de uno de los fundadores.

Hoy, el complejo comprende cuatro cabañas y un hotel con restaurante, salón de te, piscina, juegos infantiles e instalaciones deportivas (canchas de fútbol, voley y tennis). Como complemento del negocio, los Maipach tienen una fábrica de alfajores y productos regionales (dulces y conservas) que se venden en el hotel y en algunos locales comerciales de Sierra y alrededores.

El hotel tiene 70 plazas y hay un proyecto para construir siete suites y un minispa. El restaurante de El Mirador, famoso por sus carnes exóticas (ciervo, jabalí y trucha), tiene capacidad para 250 cubiertos y cuenta con tres chefs en turnos rotativos. Pero la empresa sigue siendo esencialmente familiar. El padre de Jorge se ocupa de hacer el strudel, los alfajores y la torta selva negra. Y la madre, Tita, hornea la torta galesa.

No todo es color de rosa en la historia de esta empresa. De los tres hermanos fundadores, uno vendió su parte al año y se fue a vivir a Mar del Plata. Y los otros dos se pelearon 25 años después, con lo que por poco malvenden las instalaciones. “Pero finalmente llegaron un acuerdo y mi padre, mi hermana y yo le compramos el 50% del negocio a mi tío para seguir adelante”, cuenta Jorge Maipach. “Hoy mi hermana kinesióloga se dedica a su profesión pero mi cuñado se incorporó a la empresa para ocuparse de la atención al público y la logística. Es difícil llevar adelante un negocio con la familia. Aprendimos que hay que consultar entre todos antes de tomar decisiones”, reflexiona.

Si bien no existe una política escrita sobre el ingreso de familiares a la empresa, los Maipach tienen sus propias normas. “Es bueno conservar el estilo familiar, pero también es preciso capacitarse. Mis hijos están actualmente estudiando, pero cuando vienen los fines de semana para ayudarnos, les pagamos como si fueran un empleado más. Ellos decidirán más tarde si quieren seguir en la empresa familiar o dedicarse a sus profesiones”.



Negocio complementario
La idea de instalar una fábrica de alfajores y dulces en el hotel surgió a iniciativa de los clientes y hoy es un importante complemento de la actividad turística propiamente dicha. Al principio, todos los productos se hacían a mano. Pero la demanda fue tal que en un momento llegaban pedidos de comercios de toda la región. “En un momento, nuestros alfajores se vendían en los kioscos. Y mis padres sacaron un crédito para comprar un horno industrial. Pero luego, en los 80, llegaron los alfajores de Bagley y Terrabusi a los kioscos, y ya no pudimos competir con ellos en precio”, recuerda Maipach. La inversión, que pensaban recuperar rápidamente, se transformó en una pesada deuda. Aun así, continuaron elaborando alfajores artesanales y dulces, que se venden principalmente a los huéspedes del lugar. La producción es de unas 300 cajas por semana, y está a cargo de tres personas.

Este no fue el único percance que enfrentó la empresa. “En 1978 hubo una gran inundación y se cortó el camino que llevaba de Sierra de la Ventana a Olavarría. No pasaba nadie, se cerró el restaurante y mis padres decidieron terminar de construir el hotel”, dice el administrador.

De los contratiempos también se aprende, y una de las enseñanzas que dejó esta etapa crítica es que siempre hay que invertir y pensar en seguir creciendo. “Por eso hoy estamos embarcados en un nuevo proyecto, construir un spa familiar, al que puedan venir matrimonios con sus hijos. Porque la mayoría de estos establecimientos son para parejas pero no contemplan actividades para los más chicos”, dice.

Actualmente, el complejo recibe visitantes durante todos los fines de semana del año, con picos durante Semana Santa y el día de la Virgen de Fátima (el 10 de mayo), que coinciden con el mayor flujo de turistas a esa localidad serrana de la provincia de Buenos Aires. Hay un 50% de visitantes nacionales y otro 50% de extranjeros, que pasan por Sierra de la Ventana de camino hacia la Patagonia. La mayor parte llega por recomendaciones de amigos, por Internet, y porque el complejo figura en varias guías de turismo del país.

A lo largo de más de 40 años, hubo varios altibajos en el negocio. “Toda la vida nos manejamos con créditos de los bancos, para comprar el primer terreno o adquirir máquinas para la fábrica de alfajores. Hoy es más difícil, pero lo que hacemos es ir comprando materiales de construcción para la obra. A falta de crédito, tenemos proveedores que conocemos desde hace mucho, y ellos nos avisan si van aumentar los precios para que podamos comprar por adelantado”, cuenta Maipach. Si algo heredaron los actuales administradores de El Mirador es la perseverancia.

08 noviembre 2008

Un castillo gótico alemán en medio del paisaje serrano (Artículo enviado por Luis Lozano, de Buenos Aires)


El siguiente artículo, publicado en el diario La Nación, tiene sus años. Pero no por ello deja de tener un gran valor para los que buscamos saber un poco más sobre los orígenes y la historia de la Comarca. Un agradecimiento especial para Luis Lozano, quien nos acercó la nota que sigue abajo.


Ernesto Tornquist es un exponente del "renacimiento argentino", período histórico brillante que se ubica entre las dos presidencias de Julio Argentino Roca, entre 1880 y 1904.

Representativo de la pujante "Generación del 80", en la que brilló por sus talentos natos para manejar grandes empresas mercantiles, Tornquist había nacido en la Argentina en 1842, fruto de una familia de origen sueco radicada en Buenos Aires.

Estudió en Alemania y de allí volvió a la Argentina, con la cultura de aquel país incorporada a su formación y gusto estético.

Dedicado principalmente a las operaciones bancarias, sus capitales respaldaron importantes iniciativas empresariales, como la construcción de puertos e instalaciones ferroviarias, emprendimientos industriales, explotación de recursos naturales y la edificación del Hotel Plaza, en Buenos Aires, su creación más emblemática.

Tornquist era muy amigo de Roca, a quien brindó apoyo económico para la Campaña del Desierto, haciéndose cargo de la compra de las telas para los uniformes de las tropas.


Pintorescas montañas
Los bonos del empréstito patriótico con el que se financió la campaña militar eran canjeables por tierras "limpias de indios" , motivo por el que Tornquist accedió a medio centenar de leguas cuadradas en aquellas viejas montañas, que tienen un agujero como una ventana, extraña característica que hizo que se bautizara a la cadena como Sierra de la Ventana.

Cuando Tornquist fue a conocer sus nuevas tierras, se enamoró del pintoresquismo de las sierras que rompían la monotonía de la llanura, y decidió construir una casa y una estancia. Por ello, llamó al arquitecto Carlos Nordmann, exponente del grupo de profesionales de origen alemán que habían impuesto en la construcción de la época el estilo del romanticismo medieval, en esa línea evocativa de los castillos típicos de orillas del Rin.

En la Argentina de entonces se gastaba en arquitectura, que era la expresión de riqueza de la época y a juzgar por las casas que Tornquist habitó en Buenos Aires, en el Tigre o en Mar del Plata, se nota claramente que le encantaban los bellos palacios y castillos alemanes.

La edificación de esta vivienda sureña se comenzó en 1903, con materiales adquiridos en Europa, puestos en el puerto de Buenos Aires y de ahí enviados en el tren que iba a Bahía Blanca.

Así se dio el fenómeno de que, terminada la conquista de aquellas tierras aún salvajes, enseguida llegó el tren. Allí, cerca de las tierras de este pionero, en una estación llamada Tornquist en su honor, se bajó un piano. En el mismo lugar donde hacía un puñado de meses sólo se podían encontrar tolderías.

Fue la prima y esposa del banquero, Rosa Altgelt, la que eligió y encargó todo el mobiliario y complementos de la decoración del castillo a una firma muy acreditada de Europa, que le mandó por correo todo lo que ella había elegido por catálogo. Eso era algo típico de la época, en la que había centenares de empresas europeas que se ocupaban de fabricar todo lo necesario para vestir lujosamente una mansión ubicada en cualquier región del continente.

Jardín majestuoso
La sofisticación de un castillo levantado entre los pajonales duros de las Sierras de la Ventana debía complementarse con un jardín de la misma jerarquía estética, ya que la rusticidad del terreno contrastaba con la edificación. Por eso, Tornquist contrató al célebre paisajista francés Charles Thays para que le diseñara un parque acorde al medio geográfico.

Thays empezó el trabajo en 1905 y a partir de entonces, durante seis años seguidos fue a la estancia La Ventana, donde puso alrededor de 2000 plantas anuales, contando con que se perdería la mitad. Con sólidos recursos económicos y tanto espacio libre para hacer el parque que más le gustara crear, Thays hizo un diseño muy extenso, con estatuas, copones y un quiosco alejado de la casa para que las señoras caminaran y fueran a tomar el té.

Además, aprovechando el arroyo que atraviesa el casco, se levantaron varios puentes ornamentales y se cavó un lago artificial que conectaba uno de los frentes a la casa con la vista más espectacular de las sierras de La Ventana.

En la entrada a la propiedad, sobre el camino que une las localidades de Tornquist con La Ventana, en vez de una tranquera se instaló un gran portal de hierro forjado, a la usanza de las grandes mansiones rurales europeas.

Posteriormente, éste fue donado al parque provincial Sierra de la Ventana, donde luce en la actualidad.

Este establecimiento ganadero, el primero de la comarca, se fraccionó muchas veces para dar lugar a otras estancias y al asentamiento de colonos suizos y alemanes que trajo Tornquist. En la actualidad, el casco histórico de la estancia La Ventana, todavía pertenece a la descendencia de su fundador.

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